“Gratis, gratis, esto es gratis”. En este mundo mercantilista e interesado, esta palabra suena a engaño puesto que nos hemos acostumbrado a que algunas de las personas que se nos acercan tienen dobles intenciones y, aunque nos prometan que es gratis, desean en realidad algo de nosotros. Lamentable y lentamente ha venido desapareciendo la experiencia de gratuidad en nuestras relaciones y escuchar: “No te preocupes, yo te lo regalo” se hace un poco increíble y pensar: “No puedo creer que hagas eso por mí”.
Digo que lamentablemente porque si nos fijamos, lo realmente valioso y esencial en el mensaje de la vida de Jesús es justamente la importancia de que nos tratemos con gratuidad. Tenemos incontables ejemplos en los evangelios de esta invitación de Jesús:
«Al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos.» Mt.5,40-41.
El mayor gesto de gratuidad que puede recibir un ser humano, es el Perdón:
«Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»» Juan 8,11. Esta mujer recibió el mayor regalo de toda su vida, Jesús no solo la libró de que la mataran, sino que recibió el regalo del perdón y, decimos que es el mayor gesto de gratuidad, porque ella sabe que es un regalo inmerecido e incondicional.
Queridos Sacerdotes, nuestra misión es ser otro Cristo con las personas que buscan a Dios, todos los días vivir y actuar como Jesús lo hizo, pues nada más triste que nuestros fieles se acerquen a pedir ayuda al ministro de Dios y evidencien un interés egoísta por parte del sacerdote, que puede ser económico o incluso afectivo. Y, por otro lado, nada más lindo y motivador cuando un servidor de Dios no se mide en su servicio, en su entrega, en su disponibilidad… las personas por sola gratitud buscan retribuirle con oraciones y cariño, incluso económicamente, así como lo ha dicho Jesús: Porque el obrero merece su salario”. Mt. 10,10.
Alguna vez escuche decir a un Sacerdote que la gran prueba de que un sacerdote esté bien en su ministerio, es cuando nunca deja de visitar enfermos y sobre todo confesar, porque son dos sacramentos maravillosos donde se pueden ver claramente la gratuidad del ministerio, donde todavía no se ha metido el interés egoísta del dinero. Y porque las personas, de manera gratuita, ven realmente el rostro misericordioso y bondadoso de Dios.
Hermanos, dejemos que la gratuidad guíe nuestro ministerio y así, por voluntad de Dios sorprendamos a los demás, no dejemos que en nuestras relaciones medie el interés monetario, que nuestro mayor deseo sea dar a Jesús y permitir que lo conozcan verdaderamente.
Somos verdaderos hijos de Dios cuando regalamos tiempo a aquellas personas que se sienten solas o desamparadas, cuando donamos algún bien a una persona que incluso no se lo merezca, pero realmente somos hijos de Dios cuando Perdonamos; para ello, es fundamental ver el ejemplo de nuestros padres , ellos siempre nos han tratado con inmensa gratuidad, porque, aunque fallamos, nos equivocamos e incluso los insultamos y los tratamos mal, siempre están dispuestos a regalarnos el don precioso del perdón (que esconde en su centro el verdadero Amor) y lo sentimos como el mayor regalo (gratis), porque sabemos que muchas veces no lo merecemos, por eso, la gran invitación de Jesús es que la primera forma de evangelizar sea con la gratuidad.