
Cuando el humo blanco anuncia un nuevo Papa, una emoción especial recorre el mundo. El 8 de mayo de 2025, este sentimiento volvió a emerger con la elección del Papa León XIV, antes Cardenal Robert Francis Prévost.
Su nombre, León XIV y su apellido de bautismo Prevost, traen a nuestra memoria una historia de profunda fe y dedicación: la inspiradora relación entre el Papa León XIII y el Padre Eugenio Prévost, fundador de la Congregación de la Fraternidad Sacerdotal y la Congregación de las Oblatas de Betania. Una historia que nos invita a enamorarnos con un amor apasionado por Jesús en la Eucaristía y tener un servicio abnegado a sus sacerdotes.
El Corazón Ardiente del Padre Eugenio Prévost
El Padre Eugenio Prévost, un alma encendida por una doble pasión: un amor desbordante por Jesús presente en la Eucaristía y un amor tierno y compasivo por los sacerdotes, sus hermanos. De ese doble fuego en su corazón, nació un sueño: encender el mundo de amor por Jesús y sus sacerdotes fundando un cuerpo religioso dedicado única y exclusivamente a trabajar por los Sacerdote. Así nació, entonces, la Congregación de la Fraternidad Sacerdotal. No era solo una institución, sino un hogar espiritual donde los sacerdotes pudieran encontrar apoyo, consuelo y un renovado ardor por su sagrada misión. El Padre Prévost soñaba con sacerdotes que, fortalecidos en el espíritu de Jesús, pudieran irradiar su luz al mundo.
Movido por esta visión, que brotaba de largas horas de adoración ante el Santísimo Sacramento, el Padre Prévost comprendió que su obra necesitaba el aliento de la Iglesia universal. Con humildad y una fe inquebrantable, dirigió sus pasos y esperanzas hacia Roma.
León XIII y el Padre Prevost
En el trono de Pedro se sentaba entonces León XIII, un Papa de gran visión y profunda preocupación por la vida del clero. Cuando el proyecto del Padre Prévost llegó a sus manos, no vio solo un plan bien estructurado, sino el reflejo de un corazón sacerdotal auténtico. Según narra el biógrafo Jean Hamelin, León XIII acogió la súplica del Padre Prévost con una notable apertura.
Tras revisarla, el Papa se mostró “muy satisfecho del fondo y de la forma”. Es conmovedor pensar en la alegría del Padre Prévost al saber que el Vicario de Cristo no solo aprobaba su sueño, sino que lo hacía sin pedir modificación alguna, algo que sus cercanos colaboradores consideraron “muy raro” y, por tanto, una señal clara del favor divino. El Papa León XIII comprendió la esencia de la obra: un apostolado universal de caridad sacerdotal, nacido del amor a Jesús y para el bien de sus ministros. La aprobación formal llegó el 11 de febrero de 1901, bajo el manto de Nuestra Señora de Lourdes.
Pocos días después, el 17 de febrero, se produjo el encuentro personal. El Padre Prévost describió esa audiencia con León XIII como “una visita al Santísimo Sacramento”, sintiendo la presencia misma de Jesucristo en el Papa. León XIII, con bondad paternal, leyó el documento de aprobación, mirando fijamente a los ojos al Padre Prévost, como sellando cada palabra con su bendición. Era el abrazo de la Iglesia a una obra nacida del Corazón de Jesús. “Tu proyecto, amado hijo, parece responder al deseo de Dios”, expresaba León XIII con seguridad y con mirada de profunda ternura al padre Prévost.
Una espiritualidad profundamente eucarística y sacerdotal
Lo que León XIII abrazó y bendijo era una espiritualidad profundamente eucarística y eminentemente sacerdotal. Para el Padre Prévost, todo emanaba y convergía en la Eucaristía: la fuerza, la inspiración, el consuelo. La Fraternidad Sacerdotal sería, ante todo, una comunidad de adoradores, religiosos que encontrarían en Jesús Sacramentado el modelo y la fuerza para servir a sus hermanos sacerdotes.
Esta adoración no era un refugio intimista, sino la fuente de un servicio concreto y generoso: acoger a los sacerdotes ancianos o enfermos, ayudar a aquellos que pasaban por dificultades y ofrecerles un espacio de renovación espiritual. Era traducir el amor contemplado en el altar en gestos de fraternidad y misericordia. El rescrito papal, más que un permiso, se convirtió para el Padre Prévost en “las tablas de la ley”, una confirmación celestial de que su obra era querida por Dios.
Un eco en el presente: La inspiración continúa
Hoy, mientras la Iglesia se regocija con la elección del Papa León XIV, cuyo nombre de bautismo es Robert Francis Prevost, la resonancia de su nombre pontificio y su apellido vibra de manera especial en el corazón de aquellos que hemos tenido la gracia de conocer al padre Eugenio Prévost y las Obras que Jesús suscitó en el corazón de la Iglesia por medio de él, casi como un guiño providencial del Cielo. Esta feliz coincidencia nos invita a sumergirnos nuevamente en la luminosa herencia espiritual del Padre Eugenio Prévost y la profunda sabiduría pastoral del Papa León XIII, recordando conmovidos, el celo ardiente por el sacerdocio que los unió en una misión de caridad sacerdotal: el Papa, inquieto por la formación del Clero; el Padre Eugenio, deseoso de sacrificarse y santificarse por ellos.
Así, la pasión devoradora del Padre Eugenio por Jesús oculto y vivo en la Eucaristía y su incansable tierna dedicación al bienestar espiritual y material de los sacerdotes –un ejemplo luminoso, bendecido y alentado paternalmente por León XIII– sigue siendo un faro de esperanza y un modelo potente en nuestro mundo, tan sediento de sacerdotes que sean testimonios auténticos de fe viva y caridad pastoral entregada.
Este precioso legado no es solo un recuerdo, sino una llamada imperiosa y actual a reavivar en nuestras almas el fuego del amor por el Santísimo Sacramento, fuente de toda gracia y a sostener con nuestra oración fervorosa, nuestro afecto sincero y nuestra acción generosa a aquellos a quienes Jesús mismo ha llamado a servirle en el altar y en el pueblo de Dios.
Que la memoria perenne de aquella fructífera y santa alianza entre el Papa León XIII y el padre Eugenio Prévost, ahora evocada con renovada emoción por este nuevo pontificado bajo el insigne nombre de León XIV y con la resonancia de su apellido Prevost, inspire un nuevo y vigoroso florecimiento de santidad en la vida sacerdotal y una entrega cada vez más generosa y alegre al servicio del Evangelio, para la mayor gloria de Dios y el bien de todos.